martes, 27 de mayo de 2008

Desiertos o las fronteras de la condición humana*


Hace dos años, entrevistado después de una conferencia ofrecida en Puebla sobre el teatro en México, el dramaturgo norteño Víctor Hugo Rascón Banda se refirió a la novísima generación de dramaturgos mexicanos, es decir, los nacidos en la década de los setenta, como la generación del agua, asegurando que esta nueva camada de creadores dramáticos eran incoloros, inodoros e insípidos, su teatro, dijo el autor de Contrabando, “no sabe a México, no huele a México. Son obras bien hechas, muy modernas, con las técnicas más contemporáneas de la creación, pero están vacías porque no tocan la realidad”.
Afortunadamente para quienes hacemos teatro, ya sea como directores, actores o espectadores, hoy estamos aquí para refutar las palabras del maestro. Desiertos, de Hugo Alfredo Hinojosa, publicado en 2007 por el Fondo Editorial Tierra Adentro, es un libro que reúne tres obras dramáticas en las que encontramos el olor abrupto de lo desahuciado, el colorido árido de la desolación y el sabor áspero de la espera infructuosa. Desiertos es un libro que sí toca la realidad: la realidad de la frontera, o mejo dicho, la frontera como otra realidad.
Las obras que lo integran: Desiertos, Charlie y Equilibristas, nos permiten encontrarnos con las distintas nociones de frontera: intermedio, fisura, fractura, separación y límite. Nociones que nos indican más que una división entre países o una posición en el mapa: nos señalan el cisma insalvable entre los seres humanos.
Desiertos, la primera y más extensa de estas piezas teatrales, es un mosaico de historias fragmentadas que hablan de migración, violencia y racismo, temas que crecen en los bordes geográficos. El tiempo es ahora porque estas historias pueden estar sucediendo en este mismo instante. Los espacios son diversos: al mismo tiempo estamos en el corazón del desierto, la calle, casas o velatorios, dentro de la caja de un tráiler, en una oficina o bajo tierra.
El autor construye, con voces discordantes, una visión de la frontera norte de México: indocumentados, polleros, los hombres que se fueron y las mujeres que se quedaron, una niña mutilada, un francotirador, un hombre en busca de la fe y otro, un predicador, que cree que la ha encontrado, son algunos de los personajes que se enfrentan al mundo, porque en esta historia, o mejor dicho, historias, el villano es el mundo, y “la gente del mundo”, que es como llama el autor de manera genérica a algunos sus personajes, no hace más que acomodarse a las circunstancias. Todos son víctimas con ganas de vengarse. Y cada uno cree, por malo que pueda parecernos desde afuera, que hacen lo correcto.
Aunque lo mismo nos topamos con vendedores ambulantes, agentes de seguros o madres abandonadas que nos cuentan sus historias, los personajes centrales de la obra son el grupo de hombres atrapados dentro de la caja de un tráiler: un espacio cerrado, oscuro, en el que 18 inmigrantes, entre ellos un niño, esperan cruzar la frontera. Una nota periodística que el autor incorpora al principio de la obra, como guiño a la realidad, nos informa: “murieron asfixiados cuando viajaban en un remolque, que fue abandonado en Victoria”, esa es la paradoja: cruzaron la frontera, si bien una distinta a la que ellos esperaban, la muerte en lugar del sueño americano.
Nos encontramos aquí con la tragedia como frontera entre la visibilidad y la invisibilidad. Porque hay hombres y mujeres a los que sólo el sufrimiento atroz les hace posible ocupar titulares en los periódicos. Aunque luego nos olvidemos de sus nombres o nunca lleguen a tenerlos. Como la niña mutilada, noticia vieja o leyenda urbana, pero al final de cuentas ya parte del imaginario, convertida en corrido, en cadena de correo electrónico, a la que se le cayeron las manos después de que su padre se las ató con un alambre para evitar que hiciera travesuras. Es a este personaje a quien Hinojosa deja la tarea de insinuar un culpable del estado de las cosas, de manifestar que el perdón, en un mundo de víctimas, es una falacia:

Quisiera ser un rayo de luz para rebotar por las paredes y salir disparada hacia el cielo; pero mi mamá dice que eso no se puede hacer. […] Si fuera un rayo de luz me iría hasta el cielo para estar junto a Dios; le diría que no es un Dios bueno, que es mentira que nosotros queremos a quienes nos lastiman. Si Dios me pide perdón, voy a alumbrarlo tan fuerte que lo dejaré ciego. Dios mío, voy a platicar contigo y espero no me pidas perdón. (Hinojosa, 2007: 52)

La segunda pieza es un monólogo breve, Charlie, en el que el autor nos muestra el presente como lugar tránsito entre la vida y la muerte. El tema es la guerra: la guerra como patria añorada, como hogar, cómo único lugar en el que la vida tenía un sentido. La paz es la frontera que se debe atravesar antes de la batalla siguiente, aunque en el caso de este personaje, viejo, acabado, no habrá regreso a la selva, a ese espacio en el que no se pedía permiso para matar o morir.
El tiempo: después, mucho después, de un conflicto bélico contra “los amarillos”. El espacio: un asilo del que los veteranos de guerra, antes héroes y hoy viejos en el olvido, no pueden escapar, no tienen a dónde escapar, a menos que se desee terminar pidiendo limosna en un semáforo.
El autor no da detalles sobre el personaje que habla, dirigiéndose a Charlie, “como uno de esos profetas que dicen lo que piensan y nada más”. Podemos imaginarnos a un hombre de setenta años, “¿te agrada esa edad?”, pregunta el personaje a su mudo interlocutor; podemos ver a un veterano, con cicatrices viejas y heridas permanentes, conversando con uno de los suyos.

Y ahora estamos aquí, haciéndonos viejos, con la muerte sentada a nuestro lado, esperándonos. Si te levantas y dices: hoy me siento bien; ella te manda un dolor o te da una mordida en la espalda, en los riñones, en el corazón. Parece que dice: no dejen a este imbécil seguir caminando en la tierra. (: 68)

También son personajes parados en el borde por otras circunstancias. La guerra, o al menos el recuerdo de la guerra, es la frontera entre la cordura y la demencia, entre las ganas de vivir y las ganas de matar:

¿Sabes quien fue inteligente?: Scott, […] ¿Sabes que hizo? Fácil. Mira, se levantó temprano, escúchame, fue con su familia a un McDonal’s, comieron; sus niños jugaron, la gente sonreía. Su mujer lo abraza, no sé si le dijo que lo amaba… No me importa… se hartó, Charlie. Su familia terminó de comer; llegaron a casa y el va y saca su revólver, su escopeta y se regresa al restaurante. Los mato a todos. […] Él sí supo qué hacer, Charlie. (:68)

Equilibristas, la obra que cierra el volumen apuesta nuevamente por la fragmentación. En ella El hombre, podríamos decir un heroinómano, aunque eso sólo es un pretexto para mostrarnos su condición de hombre desolado, va a lomo de caballo entre la realidad y el alucine, entre la carencia representada por el mundo, otra vez el villano de la historia, y la búsqueda de satisfacción que en este caso es un sueño con fronteras interiores: El ser humano como medida de su necesidad, como límite entre lo que ha sido y lo que desea ser.
Los personajes se susurran cosas al oído que quedan vedadas para nosotros, lectores o espectadores. Tal vez sean respuestas. Lo que nos llega en susurros son las múltiples preguntas que se hacen los hombres sobre la existencia de Dios, sobre el mundo y sobre su ser en el mundo. Quizá las mismas preguntas que se hace el autor en su condición de filósofo y que nadie alcanza a contestar.
Además de los hombres hay una mujer y un niño. La mujer, la única mujer como símbolo de la tierra, de la vida, arrastra a sus hijos del cordón umbilical. El niño, uno de tantos niños, quiere morir para volver a nacer. También hay médicos y magos, los primeros trabajan con el cuerpo del hombre, y los otros intentan con su alma, con sus recuerdos: ¿Cuál es la frontera entre la realidad y el sueño? No podemos saberlo.
Los personajes de Hinojosa están parados en el borde de la insatisfacción. Las opciones: resignarse o transgredir. Hay un símbolo que se repite: la sed: son personajes con sed. La carencia es lo que los impulsa a trasgredir la frontera. En Desiertos, uno de los hombres atrapados en la caja del tráiler pregunta: “¿Quién me da un beso para que se me quite la sed, las ganas de beber, de amar?” En Equilibristas, El Hombre dice algo parecido: “¿Puede darme un beso?, tengo sed”. La sed, la carencia que puede apagarse con un beso, el contacto con el otro, pero en ninguno de los casos el otro está dispuesto al contacto.
A través de las obras contenidas en este volumen, Hinojosa nos muestran las distintas fronteras con las que se topa el ser humano. Esas que tienen que ver con su condición de ser en tránsito: siempre entre un lugar y otro, siempre entre un tiempo y otro, siempre entre un sentimiento y otro. Las constantes son la muerte, la angustia, la falta de compasión, el miedo, el resentimiento, el egoísmo. La frontera no es un umbral ni un puente, no establece una conexión, sin embargo, abre una posibilidad de una vida mejor del otro lado. Eso es lo que mueve a los personajes en su calidad de seres incompletos, la búsqueda de un mejor destino.
Pero la frontera también es mixtura, hibridación, retroalimentación, convergencia. Este libro es un ejemplo de cómo las fronteras entre los géneros literarios se diluyen: narrativa y dramaturgia se funden en lo que a algunos les ha dado por llamar “narraturgia” y que no es otra cosa que hacer del personaje un narrador al que no le “suceden” las cosas como en el teatro aristotélicos, sino que “cuenta” lo que le ocurre y reflexiona sobre ello. La acción está en el diálogo, el peso en la capacidad evocadora de la palabra.
La última frontera por cruzar será la que lleve a estos personajes del texto a la escena. Pero como todas las fronteras supone un reto. No es fácil. Así que mientras eso sucede los invito a traspasar la frontera por ustedes mismos y hacer, con la lectura, su propia puesta en escena.




*Texto leído el jueves 24 de abril de 2008 en la Universidad Autónoma de Puebla, para la presentación del libro Desiertos de Hugo Alfredo Hinojosa

1 comentario:

Luis Alvaz dijo...

Foro "La participación social ante el cambio climático"... 5 de junio en la Iberio Puebla, con la participación de Greenpeace México. Para más detalles en mi blog (luisalvaz.blogspot.com), o al blog de voluntarios (greenpeacepue.blogspot.com)
Saludos