jueves, 15 de mayo de 2008

La mirada lúdica de José Dimayuga*


El primer contacto que tuve con la dramaturgia de José Dimayuga fue en 1997, cuando asistí, como novísima reportera de la Sección Cultural del entonces semanario El Sur, al estreno de la obra teatral Luna en Piscis con el Taller Escénico Acapulco. Recuerdo que me sorprendió, poco conocedora como era entonces del movimiento teatral acapulqueño, la calidad lograda en este trabajo escénico creado, como dramaturgo y director, por José Dimayuga.
Con el tiempo me enteraría que no todos los ejercicios teatrales acapulqueños eran tan buenos como Luna en Piscis, y que las virtudes de esta puesta en escena no eran mera coincidencia, sino el resultado del trabajo, el talento y visión de este dramaturgo y director nacido en Tierra Colorada, Guerrero; que entre sus credenciales portaba ya reconocimientos como una Mención Especial en el VI Concurso Internacional de Obras Teatrales Convocado por la ITI-UNESCO, en 1992, el Premio Nacional de Dramaturgia Nuevo León, también en 1992; y el primer lugar en el Concurso Nacional de Obras de Teatro SOGEM-UNAM, en 1994, por mencionar algunos.
El nombre de José Dimayuga, se convirtió para mi en garantía de un teatro de calidad, no sólo en los montajes de sus propias obras como Hotel Pacífico y Pacífico Violento, sino en sus versiones y visiones del teatro escrito por otros, como es el caso de la obra El Oso, original de Anton Chejov, donde la pluma mágica de Dimayuga transformó los personajes del autor ruso, en personas cercanas a nosotros, cubiertas de una piel mexicanisima en la que pueden verse todos los referentes de nuestra cultura, que provocaron en el público una franca carcajada.
Y esa es, me atrevo a decir, la principal característica del teatro de José Dimayuga: la hilaridad; eso no significa que se trate de obras poco profundas, al contrario, nos muestran al ser humano auténtico, por lo menos al mexicano auténtico, ese que sufre y llora como en las buenas películas de la época de Oro del cine nacional, pero que también sabe reírse de sus pesares y mostrarnos que la vida no tiene porqué tomarse tan a la tremenda, porque incluso lo tremendo, bien visto, no deja de tener su lado cómico.
“Las ordenes del Corazón” y “La última pasión de Antonio Garbo”, no son la excepción de esta constante; nos muestran sí, como se espera en todo texto teatral, los conflictos a los que se enfrenta el ser humano. Una mujer que acumula frustraciones ante la monotonía de un matrimonio con un típico macho mexicano que le impide ser ella misma, o el rechazo familiar hacia un casi sexagenario hombre, amante del teatro y de la acumulación de sobrinos postizos. Temas que podrían ser fácilmente el material de un melodrama, pero la mirada lúdica de José Dimayuga transforma las historias de estos personajes, Perla y Antonio Garbo, respectivamente, en amorosos guiños que nos muestran el lado amable de la vida.
En la mayoría de las obras de José Dimayuga, y particularmente en “Las ordenes del Corazón”, está presente una especie de añoranza por los años 40, por el cine de la época de Oro, por personajes como Marga López y Arturo de Córdoba; por las mujeres de lágrima fácil y los hombres bragados, aunque lejos de quedarse en la repetición de estereotipos, José Dimayuga reviste, nuevamente de humor, la nostalgia.
En “Las ordenes del corazón”, Dimayuga nos presenta un matrimonio joven, donde la mujer, Perla, no es la Marga López que se conforma, llora en silencio y se sacrifica como en las películas de Ismael Rodríguez, sino una mujer contemporánea, que a pesar de su afición por las películas de Pedro Infante, no es feliz en su rincón cerca del cielo. Ernesto, el marido celoso, capaz de encerrar con llave a su mujer después de preguntarle, por supuesto, si no le molesta, tampoco es Arturo de Córdoba, y Perla, que en algún momento creyó que lo era, tiene que aceptar que en el guión de su película no hay final feliz posible porque se equivocó en el casting.
Afortunadamente para ella llega la posibilidad de un cambio de reparto, cuando por azares del destino un ladrón entra al departamento del multifamiliar para llevarse la tele, y como en las buenas películas viejas, un lunar en el pecho de Perla, sirve para que el ladrón reconozca en ella a su antiguo amor de secundaria. A partir de aquí, esta podría convertirse en la típica historia de la princesa encerrada en la torre de un castillo que es rescatada por su príncipe azul con quien se casa y son felices para siempre, de no ser porque el ladrón resulta llamarse ...
No, la identidad del Ladrón tendrán que descubrirla junto a Perla, lo que si puedo adelantar es que sorprende y que se trata de una obra bien construida, con personajes de carne y hueso, lo mismo que “La última pasión de Antonio Garbo”.
Lo único que puedo agregar es que son dos historias que merecen leerse; y no solo eso, les puedo asegurar a los directores, que una vez que las lean no podrán dejar de pensar en el posible reparto, en el escenario y la iluminación indispensables, en el regocijo de llevar a la escena textos tan bien hechos como estos que ahora presentamos; y los actores, afirmo, lo único que podrían lamentar al leer estas obras, es no estar en casting para representar alguno de estos personajes.
El resto de los lectores, como decía Borges, lo único que tienen que hacer es leer y ser felices, porque esa es otra de las grandes virtudes de las obras de Dimayuga, comparten con nosotros la felicidad del dramaturgo, y el dramaturgo, esto lo aseveró por lo que nos deja ver de su visión del mundo a través en sus textos, es feliz.

Puebla, Pue., 1 de Julio de 2005


*Texto leído en la Casa del escritor para la presentación del libro Las órdenes del corazón y La última pasión de Antonio Garbo.

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